Ana María Rivera es gerente de programa de la comunidad de práctica de No Kid Hungry. En su función, ella apoya a un grupo de organizaciones que se movilizan para brindar asistencia tributaria y de divulgación para el Crédito Tributario por Hijos. Hoy comparte cómo su herencia indígena y latina informan de su trabajo.
Mis raíces son del pueblo indígena taíno de Puerto Rico y de las Américas indígenas. Vengo de una ascendencia que sembraba yuca, calabaza y frijol. Vengo de una larga línea de personas trabajadoras, innovadoras y resilientes.
Para darle un contexto en cuanto a los hermosos mundos culturales emergentes en los que crecí, mi madre vino de El Salvador y mi padre se mudó a Nueva York desde Puerto Rico. Ambos se fueron para tratar de romper el ciclo de pobreza dentro de su familia y buscar un futuro mejor para ellos. Se puede decir que lo lograron en el largo plazo, pero no fue fácil llegar allí. La asimilación cultural planteó un desafío que incluía aprender inglés, llegar a fin de mes mientras trabajaban en fábricas y aprendían a navegar por los complejos sistemas económicos de los EE. UU., como la creación de crédito o tener una casa propia. Todo esto mientras criaban a varios hijos.
Mis raíces son la inspiración para la lucha contra el hambre infantil y la pobreza. Son las razones por las que hago este trabajo. Mi familia es mi recordatorio para continuar con su legado de hacerlo mejor, pedir más y crear riqueza generacional para los que vendrán.
En muchos sentidos, la cultura me ha hecho ser quien soy y es mi fuerza motriz. La cultura latina en la que crecí era una de poder en solidaridad. Significaba invitar siempre a la gente a tomar un cafecito (una pequeña taza de café acompañada de una conversación) o compartir una comida con ellos, escuchar a mis tías hablar sobre sus alegrías y tristezas y encontrar formas en las que podíamos brindarles apoyo. Eran las charlas nocturnas mientras hacíamos pasteles y tamales y el consuelo de los remedios caseros que nuestra familia heredó por años.
Sabíamos que la única forma de salir adelante y superar nuestras luchas diarias es unirnos y apoyarnos unos a otros. Entendemos genuinamente la filosofía de Ubuntu de "Yo soy porque nosotros somos".
A través de mis raíces, familia y cultura, he aprendido que donde tenemos colaboración y cooperación, tenemos mayor prosperidad, innovación y dinamismo económico. Lo hacemos mejor cuando actuamos juntos; este es el resultado de mi trabajo.
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Brindar acceso equitativo a mi gente de la comunidad latinx, a recursos como el Crédito Tributario por Hijos (CTC) es importante, porque es una vía comprobada y una forma en la que podemos unirnos para romper el ciclo de la pobreza.
Los datos del censo muestran que el CTC condujo a una disminución récord del 46 % en las tasas de pobreza infantil, especialmente en las comunidades de color. Los números no mienten. Invertir en comunidades de color es esencial, y programas como estos muestran que cuando se proporciona efectivo directamente a los bolsillos de quienes más lo necesitan, harán que esos dólares trabajen para el bien de su familia y comunidad. En mi rol como gerente de programas, ponemos a las personas que más lo necesitan en el centro de todo.
Me imagino viviendo en un mundo donde el potencial de todos es valorado y apoyado sin importar raza, género, identidad o habilidad. En un mundo en el que cada niño tiene acceso a las comidas necesarias para prosperar, sin importar su origen o estatus migratorio; en un mundo con aire limpio, agua limpia y un ambiente saludable para todos. Pero también entiendo que avanzar hacia un mejor sistema de igualdad y equidad requiere la voluntad de unirnos y actuar en solidaridad política y económica. ¿Lo hará conmigo? ¿Se unirá a mí y creará nuestra comunidad mutua, fusionándose con otros?
Queda mucho por hacer para un mañana mejor, pero también hay mucho por construir. Yo, por mi parte, estoy construyendo sobre el poder en solidaridad desde mis raíces, familia y cultura.
